AMNISTÍA Y VIOLENCIA

Amnistía y violencia

Tristes noticias me llegan de Roma. Así se expresaba San Agustín en el año 409 en una carta en la que se quejaba a una matrona por no informarle de la devastación bárbara que arrollaba Roma. Hoy España se parece tanto a aquella Roma que es inevitable simpatizar con los sentimientos del Obispo de Hipona. La ley de amnistía con la que el Pedro Sánchez ha comprado el cargo de presidente del gobierno supondrá, el día que esa ley sea aprobada, la destrucción del Estado de Derecho. Hoy se ha encendido la mecha, el tiempo de la explosión será cuando se apruebe. El estallido bajo los cimientos constitucionales será irreversible. Ya sea porque la sociedad pase a defenderse, ya sea por el antecedente que supone, lo que nadie discutirá después de ese día es que la Constitución de 1978 no garantiza que los ciudadanos seamos iguales ante la ley.

La gravedad de esta situación está siendo muy denunciada y comentada por todas las asociaciones de juristas de España. Poco podemos añadir a todos los argumentos que se han dado ya y que describen cómo la ley de amnistía rompe con la igualdad de los españoles ante la ley, sojuzga políticamente la aplicación de la ley por los jueces y, en definitiva, nos pone a todos en manos del político, el Sr. Sánchez.

No obstante, hay dos aspectos en los que no se repara lo suficiente y son fundamentales en toda esta cuestión. Uno, es el de cómo se ha llegado hasta aquí. El otro, si existe un momento justo para la violencia. Los dos están relacionados. Veámoslos de manera sucesiva. En cuanto a cómo hemos llegado hasta aquí; la razón se repite con frecuencia en la historia. Si los gobiernos socialistas no hubieran aniquilado las humanidades en España, reforma tras reforma legislativa, sería obvio y este comentario sobraría. Pues, en efecto, es la misma que llevó a Roma a la ruina en la época de San Agustín; a saber, la generalización de la inmoralidad. Cuando una sociedad se decide por la inmoralidad, cuando ya no distingue entre “querer” y “gustar”, cuando se inventa derechos a medida de la ocurrencia de cualquiera, cuando un perro tiene más derechos que un nasciturus, irremediablemente, más pronto que tarde, será gobernada por políticos inmorales.

Que sepamos, las mentiras del político Sánchez comenzaron desde el principio de su carrera. Mintió con su tesis doctoral y, a partir de ahí, se le fue premiando por cada mentira. El Sr. Sánchez eligió un ambiente apropiado para que eso fuera posible. Se metió en política y escogió un partido de ideología radicalmente inmoral. Y ahí tenemos el resultado; al Sr. Sánchez la mentira le ha salido muy rentable toda su vida. Si en la carrera política del Sr. Sánchez nadie le ha cuestionado cuando mentía, si al Sr. Sánchez mentir sólo le ha reportado éxito, ¿cómo va a tener ningún freno en seguir haciéndolo? Al contrario, dado el éxito de su inversión, lo útil es seguir apostando por la mentira (aumentando su número y gravedad). Y, así, en el este último hito de su carrera, en el primer debate de investidura de esta legislatura, el Sr. Sánchez se lo jugó todo al rojo. Explotó de risa cuando se le ponía ante el espejo un comportamiento político moral. Incluso, tuvo la poca vergüenza de animar a los diputados del PSOE a que le siguieran hilarantes. ¿De qué se reía? ¿Qué le hacía tanta gracia que no podía contenerse? El Sr. Feijoó había dicho que no se puede ser presidente a cualquier precio; que él no aceptó el chantaje de prófugo. Esa risotada en la tribuna de oradores del político Sr. Sánchez, el aplauso coral de los diputados del PSOE, nos dice todo de dónde están los polvos del lodazal en el que está España. Lo mismo que diagnosticó San Agustín como causa del declive de Roma sucede hoy aquí: se han envilecido las costumbres. El Sr. Sánchez en otra sociedad no tendría el más mínimo recorrido. Una sociedad moral se hubiera reído de la arrogancia de alguien que viene prometiendo arreglar el mundo, el clima, etc., y no ha sido capaz de producir nada en su vida. Una sociedad moral no hubiera tolerado la primera mentira en que sorprendiera al Sr. Sánchez. Personajes así, insistimos, sólo medran en sociedades donde de forma general se han perdido los principios. La analogía que hizo el Sr. Abascal de Hitler con el Sr. Sánchez fue acertadísima. El cabo Hitler jamás hubiera tomado el poder político en la República de Weimar, si la sociedad de su época hubiera tenido mayoritariamente altura moral. Como sociedad hemos de ser muy conscientes de qué la categoría de nuestros políticos refleja la nuestra. Los políticos no crecen en los árboles, nacen y se educan en sociedades.

Vayamos con la segunda cuestión. ¿Hay algún momento para la violencia? Por desgracia sí. La resistencia moral ha de ser sucesiva, necesaria y proporcional al ataque. La agresión está hecha. El chulo se pasea por el patio del colegio con sus secuaces riéndose de quienes siempre cumplen la ley. Se van a absolver unos a otros de los delitos contra todos. Estamos en el momento de la medida en la proporción en los medios. Quedan pocos trámites y posibilidades para impedir el estallido de la ley de amnistía. El Sr. Sánchez ha colocado estratégicamente a sus acólitos en el cuerpo de Letrados del Congreso y el Tribunal Constitucional para que la mecha de la ley de amnistía no se rompa mientras avanza la llama. Sólo le incomoda un pequeño estorbo en la actual composición del Consejo General de Poder Judicial. Pero, solventado este escollo, se acabaron las posibles maniobras que los Jueces pueden intentar para evitar el desastre. Hasta que este proceso culmine, la violencia no es un argumento ni una solución. Pero, si el proceso de demolición culmina. Si el Estado de Derecho se ve superado por esta acción. Si en él no existen los resortes para controlar el estallido. Exactamente en ese momento la Constitución de 1978 será letra muerta. Ese será exactamente el momento en que la inmensa mayoría tendrá derecho a defenderse. Y esta será una posición moral. La legítima defensa estará justificada. Roto el dogma constitucional, la igualdad ante la Ley, el poder delegado por los ciudadanos en el Estado dejará de estarlo. Esto no debe perderse de vista nunca. Si los órganos del Estado tienen poder es por delegación contractual, a través de la Constitución. Si el poder político rompe el acuerdo básico, inmediatamente, todo ese poder vuelve al señorío de cada ciudadano. Será entonces cuando el inmoral Sánchez, quizás, se dé cuenta de que mentir nunca fue el camino, que la paz con las minorías no compensa la guerra con una inmensa mayoría moral. La duda es si, llegado ese momento, habrá fibra moral en la sociedad española para luchar por la libertad. Por mi parte lo tengo bastante claro. El lugar del hombre justo en las sociedades injustas es la cárcel.

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